Desde el inicio de los tiempos, el ser humano ha buscado un espacio donde resguardarse. Primero, fue la cueva: un vacío tallado en la piedra, un límite entre lo salvaje y lo seguro. En su interior, el fuego iluminaba sombras en movimiento, y la roca se convertía en hogar.
Con el paso del tiempo, la arquitectura evolucionó, pero la esencia permaneció. El hombre siguió construyendo refugios cerrados al mundo exterior, buscando protección sin renunciar a la luz y al aire. Surgieron los patios, los claustros, los jardines ocultos entre muros de barro y piedra. El cielo se convirtió en techo, la naturaleza en parte del interior.
Hoy, en la arquitectura contemporánea, esta dualidad persiste. Muros que protegen, pero que se abren para dejar entrar la claridad del día. Espacios donde la sombra y la luz dialogan, donde la materia se funde con el paisaje. Ventanales que enmarcan el horizonte, materiales que evocan la tierra y su historia.
Habitar es más que ocupar un espacio. Es crear un refugio donde la naturaleza no se excluye, sino que se reinterpreta. Como en la cueva ancestral, seguimos buscando el equilibrio entre la protección y la apertura, entre la sombra que cobija y la luz que nos recuerda el mundo exterior DISEÑO por N2 https://www.instagram.com/naranjo.dos.estudio/